El 29 de julio han asesinado a una mujer en Málaga, tenía 25 años y era madre de un niño al que el asesino llama hijo por eso de la biología; y aunque los hechos parecen limitarse a una determinada hora de la madrugada, la historia de este crimen, como la de todos los homicidios por violencia de género, es más larga.
Las condenas no han tardado en producirse, como siempre condenas en abstracto en contra de la violencia de género, y muchas de ellas insistiendo en lo que la mujer, Verónica Frías, debía o no debía haber llevado a cabo. No se ha hecho referencia a los hombres que maltratan a las mujeres, tampoco al machismo que se ve a diario en los medios de comunicación y a nuestro alrededor, al que todo el mundo considera parte de la normalidad, incluso como algo gracioso o simpático en determinadas circunstancias. Y por supuesto, no se ha mencionado de manera crítica al agresor, tan sólo se ha descrito una historia antigua de violencia caracterizada por dos hechos fundamentales: la violencia que él ejercía sobre Verónica, y la actitud justificativa de ella que lo perdonaba, hasta el punto de no querer denunciarlo y de retirar la denuncia tras interponerla. Una situación que se ha mantenido hasta la actualidad, cuando hace tan sólo unos días fue atendida en el hospital Carlos Haya por una nueva agresión, y no quiso tampoco denunciar.
¿Cómo es posible que ante los indicios objetivos de violencia y los antecedentes de una historia de agresiones no se adoptaran medidas contra al agresor, al margen de la voluntad de la víctima?, ¿desde cuándo para perseguir un delito público hace falta la autorización de la persona que lo sufre?... La mujer puede renunciar a las medidas dirigidas a su atención y asistencia, como hizo; está claro que no se le puede obligar a recibirlas, aunque el abordaje debería tener en cuenta sus circunstancias, pero sobre el agresor sí se puede y se debe actuar.
No deja de resultar paradójico que se tomen medidas sobre una persona en contra de su voluntad ante la posibilidad de que padezca una determinada enfermedad infecto-contagiosa que pueda afectar a otras, aunque no sea una patología mortal, y en cambio no se haga nada contra un agresor que revela elementos objetivos de riesgo, como ocurría en este caso.
Los hechos duelen mucho, pero duele aún más la miseria humana que nos rodea para permitir que la violencia de género continúe y aumente.
Los miserables de hoy no son los que carecen de los recursos y circunstancias mínimas para poder vivir dignamente y afrontar los problemas que les afectan, los miserables hoy son los que tienen los medios y la riqueza para impedirlo, y permiten que se mantengan las condiciones que atrapan a las personas en esa pobreza material y vital para poder afrontar su existencia con dignidad en libertad y en igualdad. Los miserables de hoy son quienes utilizan esas condiciones para enriquecerse y dominar a quien teme perder incluso esos elementos mínimos de “supervivencia”. Los miserables hoy son quienes, además, culpan a la gente que sufre en esas condiciones de su propia situación.
Los miserables hoy son quienes desde el posmachismo, y cuando nada más conocerse el homicidio de Verónica en Málaga, invaden las redes sociales inventando datos sobre denuncias falsas, muertes de hombres que se suicidan o son asesinados por sus parejas, y quienes llegan a justificar éste último homicidio diciendo que pudo ser asesinada “por las consecuencias que sufrió el varón por las denuncias falsas”… Hay mucha miseria en quien no quiere mirar la desigualdad existente en la sociedad, la discriminación, la violencia contra las mujeres… y en quien, además, intenta que nadie las mire, porque su objetivo no es hablar de otra cosa, sino evitar que se hable de violencia de género y de desigualdad.
Y también hay miseria en quien sigue jugando con la situación de las víctimas de la violencia de género para justificar no hacer nada contra los agresores amparándose en la voluntad de ellas. Una violencia que nace de las referencias que la propia cultura da para entender las relaciones de pareja, y que genera un impacto emocional en las mujeres que la sufren, además del miedo, la inseguridad, las dudas… que acompañan a las decisiones que deben tomarse en esos momentos, no puede abordarse tomando como única referencia lo que una víctima manifieste en un momento determinado. Como hemos comentado antes, a ella no se la podrá obligar a recibir asistencia ni a que acepte determinados recursos, pero eso no implica no hacer nada contra el agresor ante los indicios objetivos de violencia.
La realidad es muy clara en este sentido. Según el Eurobarómetro, en toda la Unión Europea hay un 2% de población que considera que la violencia contra las mujeres es "aceptable en algunas circunstancias", y un 1% piensa que es"aceptable en cualquier circunstancia". Esta forma de pensar lleva a que exista un 15% de ciudadanos de la UE que entiende que la violencia física y la violencia sexual contra las mujeres "no son graves". Unos porcentajes que son similares para España, según recoge el propio Eurobarómetro.
Como se aprecia, el terreno para la violencia de género está abonado y cultivado. ¿Vamos a dejar que sean estas personas quienes lideren las decisiones que deben adoptarse en la UE y en España para erradicar la violencia de género?, ¿vamos a permitir que sean las personas que piensan de ese modo las que actúen desde las administraciones, instituciones y servicios ante los aproximadamente 1600 casos diarios de violencia de género que se producen en España? (Macroencuesta, 2011).
Si dirigiéramos la mirada a las causas de la violencia de género, es decir, a la desigualdad entre hombres y mujeres como instrumento de poder, la discriminación que genera, la violencia que utiliza… y empezáramos a hablar de los hombres que abusan, discriminan, agreden y asesinan, seguro que la respuesta ante cada caso sería diferente y, sobre todo, la reacción social cambiaría para criticar y cuestionar a los hombres agresores y a quien los amparan con su silencio, en lugar de compadecer a las víctimas y acompañarlas minutos de silencio vacíos.
Profesor Titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada, también Médico Forense, Especialista en Medicina Legal y Forense, y Máster en Bioética y Derecho Médico. Ha trabajado en el análisis del ADN en identificación humana, el análisis forense de la Sábana Santa, y en el estudio de la violencia, de manera muy especial de la violencia de género, circunstancia que llevó a que le nombraran Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad.
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